La percepción general de que el barcelonismo le ha dado la espalda al presidente Joan Laporta y a su junta directiva ya se puede medir y valorar en un resultado altísimo de rechazo tras el acto de la votación de censura en el Camp Nou. Los resultados dejan a la directiva condenada a dimitir, al menos su primer mandatario, en beneficio de una mínima gobernabilidad. Con una campaña institucional brutal, con el apoyo de la mayoría de los medios, con un despliegue espectacular de fichajes, presentaciones, ‘power points’, actos y barra libre contra absolutamente nadie –pues Oriol Giralt se limitó a colocar unos carteles- la junta sólo consiguió evitar el porcentaje que la hubiera cesado del 66,6%, a base de amenazar al socio con la parálisis del club y el Apocalipsis si el voto de censura prosperaba, como la mentira de que una Comisión Gestora no podría gobernar el club. En este sentido ha sido clave la complicidad de muchos medios, pero especialmente TV3, Catalunya Ràdio y Sport, que en han reiterado ese mensaje falso y perverso colaborando así con la campaña de defensa de la directiva.
El resultado fue celebrado como una gran victoria por Laporta y los suyos, que cantaban, celebraban y se abrazaban junto a la sala de control del escrutinio, a medida que se iba consolidando ese 60%. Esa euforia incontenible y desatada aún molestó más a los socios, unos y otros, convencidos de que ante tamaño voto de castigo y de rechazo mayoritario no cabía el alborozo y la juerga y sí en cambio una reflexión real sobre las consecuencias directas de un marcador tan abultado en la gobernabilidad del club. Pero como ya ha demostrado Labora sobradamente, lo primero no es el Barça ni su estabilidad, sino gobernar, seguir aferrado al cargo y a los privilegios que conlleva, antes que escuchar la voz del socio. El presidente había repetido también que este voto de censura carecía de fundamento y de justificación, pero sobre todo que era desproporcionado. La realidad, los resultados y la participación demuestran que, en esto también, estaba completamente equivocado.
La desesperación con la que la junta fue comprobando día a día a través de las encuestas internas que el socio no les apoyaba le ha llevado a una campaña llena de amenazas, mentiras y de búsqueda de conspiraciones en la esperanza de ir arañando esos pocos puntos que al final le ha permitido no pasar a la historia como la primera directiva a la que los socios han echado. En su despliegue de campaña a favor del ‘No’, Laporta debió recurrir al apoyo público de Cruyff a tres días del voto para tratar de fidelizar a aquellos socios más fundamentalistas y ‘elefantes’ de toda la vida. Uno de los episodios más lamentables fue ver a Laporta, en el acto de clausura de la campaña, burlándose de todos haciendo ver que se emocionaba mientras se le escapaba la risa y guiñaba un ojo cómplice a sus colaboradores. Una simulación más y otra mentira más que la mayoría de los socios ya no soporta como lo demuestran sus reacciones. En un día tan marcado por la convivencia y la participación -que rozó los 40.000 socios pese al retraso en la fecha del voto impulsado desde la propia junta-, mientras Sandro Rosell y Núñez fueron aclamados por los socios y Oriol Giralt se paseó cómoda y relajadamente por el Camp Nou, el propio presidente Joan Laporta tuvo que retirarse rápidamente y esconderse cada vez que apareció por la zona de votaciones, primero para ejercer su derecho a voto y luego para escenificar con Cruyff su lealtad y colaboracionismo. No puede haber un ejemplo más claro de la deslegitimación de la actual junta para representar a los socios del FC Barcelona.
El ex presidente Josep Lluís Núñez reapareció para votar y fue ovacionado y aclamado por los socios, demostrando que su figura sigue siendo respetada y admirada. Hasta se atrevió a realizar declaraciones en el sentido de que la gestión económica, uno de los fuertes de su mandato, dejaba mucho que desear. Por su parte, Joan Gaspart votó entre la indiferencia.
La continua falta de respeto por los principios fundamentales de la democracia y a la institución en un proceso como el que se ha vivido han constituido otra carga de desprestigio que sumar en el debe de la junta, sobre todo utilizando al presidente de la Mesa, David Moner, quien, instrumentalizado desde el poder, consiguió retrasar todo lo que pudo el acto de la votación, del 21 de Junio, que era la primera fecha posible, al 6 de Julio, prácticamente la más lejana que pudiera coincidir en un día festivo. El objetivo no era otro que tratar de que el malhumor de la afición se fuera reduciendo con el paso de los días, poder cerrar el ejercicio económico, cuyo resultado ha sido exiguo y decepcionante, poder presentar fichajes que se han pagado a coste electoral como los 37 millones € que puede llegar a costar Alves y los escandalosos 16,5 abonados por Martín Cáceres entre sus propietarios.
Al final, la junta ha celebrado como una gran victoria ‘electoral’, con soberbia y prepotencia, lo que para la mayoría de los socios supone una derrota inapelable y una catástrofe para la directiva que se negaba a aceptar como legítimo el recurso del voto de censura. La continuidad de Laporta supone, para muchos, aunque los estatutos, efectivamente le da todo el derecho a quedarse, un gesto totalitario y antidemocrático, sobre todo teniendo en cuenta que quien el domingo por la noche saltaba eufórico en la celebración de ese 60-40 en contra era el mismo que en la presentación del voto de censura de 1998 exigía al presidente Josep Lluís Núñez que dimitiera si no superaba el 40% de los votos. Entonces se jactaba de ser él el demócrata y el socio que reclamaba participación, apertura y transparencia en el Barça.
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